La política cultural del gobierno del estado implícita en los Premios Veracruz que se otorgaron durante el sexenio de Alemán requiere una revisión a fondo.
Los premios otorgados por el Instituto Veracruzano de Cultura revelan una visión limitada y anquilosada de la literatura mexicana y de las letras en general, pues no reconocen sino los géneros más socorridos como la poesía, la novela y el cuento.
Al parecer, se concibieron sobre todo para homenajear a algunos escritores nacidos en Veracruz, como Sergio Galindo y Juan Vicente Melo, que escribieron en la segunda mitad del siglo XX, o Salvador Díaz Mirón y María Enriqueta Camarillo, que son anteriores.
¿Por qué, si en la narrativa se recuerda a escritores fallecidos hace unos años, en poesía hubo que remontarse a otras generaciones?
Se olvidó a Maples Arce y a Jorge Cuesta, cuya poesía es menos conocida que la de Díaz Mirón y que además fueron ensayistas. El ensayo, por cierto, quedó excluido, acaso porque los asesores del Secretario de Educación y Cultura o el gobernador nunca leyeron los Ensayos japoneses y otros escritos de Maples Arce ni a César “el tlacuache” Garizurieta, de quien sólo se recuerda la frase de que “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.
En vez de meter a Carlos Fuentes con calzador en esta nómina de escritores veracruzanos, hubiera sido más congruente recordar a algún ensayista. La narrativa resultó privilegiada con los premios de cuento y “cuento para niños”, novela y “novela joven”, y se ignoraron la biografía, la autobiografía y las memorias, que son géneros tradicionalmente poco cultivados en nuestras letras, en los que actualmente se está innovando mucho, gracias en parte al auge de la entrevista, que es un género del siglo XX.
Hace unos años, un rector de la Universidad de Guadalajara se dio cuenta de que Arreola se nos iba y le pidió a Fernando del Paso que lo entrevistara y escribiera su vida. El resultado es un libro publicado primero por el Conaculta y luego por el Fondo de Cultura Económica. Desafortunadamente, aquí a nadie se le ocurrió mandar a entrevistar a Aguirre Beltrán o a Fernando Vilchis, que seguro tenían mucho que contar.
Personalmente, he tenido la oportunidad de escuchar a Raúl Ladrón de Guevara recordar sus clases con Esperanza Cruz y Bernard Flavigny. Tal vez exagero, pero me ha parecido percibir algo de los relatos de Felisberto Hernández en esas narraciones de café. En fin, sólo es un ejemplo.
Borges evocó en uno de sus textos a un sajón que agoniza junto a una iglesia de piedra:
”Antes del alba morirá y con él morirán, y no volverán, las últimas imágenes inmediatas de los ritos paganos”. En fin, me parece que hace falta un Premio para vidas contadas y testimonios o estimular de algún modo ese tipo de narraciones.
La autobiografía y las memorias son géneros que antes se consideraban reservados para individuos excepcionales pero que se han democratizado mucho recientemente, pues hay muchas personas cuyas vivencias y recuerdos merecen rescatarse de algún modo, y las planas de los periódicos en que aparecen notas sobre un viaje en ferrocarril de México a Veracruz en los años treinta o en los cincuenta dan prueba de ello.
En todo caso, la política cultura del Gobierno de Veracruz requiere una revisión a fondo que se debe realizar con conocimientos y sobre todo con imaginación.
(Política, 6 de enero 2005)
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