domingo, 20 de septiembre de 2020

El reglamento mal redactado de una editorial

  El Consejo editorial de la Universidad Veracruzana se rige por un reglamento ya obsoleto que se debe revisar y actualizar.

Para limitarme a un ejemplo, el artículo 19 establece, entre otras cosas, que, “Si la obra ya fue publicada bajo otro sello editorial, se estudiará la propuesta si el autor adjunta material inédito, quedando la decisión de la publicación en la comisión correspondiente”.

En otras palabras, la editorial no acepta obras que hayan sido publicadas por otras instituciones, a menos que incluyan algún material inédito.      

De acuerdo con esto, la Universidad Veracruzana no podría rescatar obras como A la orilla de este río de Maples Arce, originalmente publicada hace unos cincuenta años por la madrileña editorial Plenitud, y eso limitaría considerablemente su labor.

Por suerte, en 1983 se reimprimieron los tres tomos de las memorias del poeta y hace poco se repusieron, y hay otros casos en que el Consejo también ha hecho caso omiso de lo dispuesto, pues “Hace poco la Comisión de Literatura acordó publicar tal cual el libro de un poeta colombiano que éste ya había editado en su país natal”, según el actual director de la editorial.

(Cito un mensaje de Agustín del Moral dirigido al secretario académico y del cual me marcó copia).

La comisión incurrió así en una violación al reglamento en vez de proponer una reforma

y esperar a que la aprobara el Consejo Universitario.

Seguramente, eso se debe a que era urgente dar a conocer en estas tierras la obra poética mencionada (Nótesela ironía).

Lo malo es que en otros casos se aplica el reglamento y se les cierran las puertas a obras publicadas por otras instituciones.

Habría que preguntarse si una editorial pierde algún prestigio por publicar obras que

ya habían aparecido con otro sello.

Hay que revisar, en fin, todo el reglamento y someterlo a la consideración de investigadores y docentes, así como de los estudiantes que pueden también aportar alguna observación o reclamar mayor atención.

De hecho, existe ya una comisión que lo debe analizar y recomendar modificaciones, pero ¿qué ha hecho? ¿Cuánto tiempo se necesita para leer el reglamento y proponer algunos cambios?

Hace unos días le eché un vistazo y me parece que el reglamento actual no responde a la exigencia de transparencia (Glasnost, diría Gorbachov) que se ha registrado en todos los ámbitos del país, pues pretende que las publicaciones se decidan “en lo oscurito”.

En el artículo 20 se establece que “El lector [a quien se remita una obra] deberá firmar su dictamen, pero éste será estrictamente confidencial”, y en el artículo 21, se agrega que

“El autor o autores de una obra aprobada o rechazada podrán conocer los dictámenes evaluatorios (sic). No obstante, estos dictámenes llegarán a sus manos sin la firma del lector, que por ningún motivo podrá perder su anonimato”.

¿Para qué tanto misterio?

Emitir un dictamen sobre un libro no es algo diferente a participar como sinodal en un examen profesional o como jurado en un concurso y en esos casos no se requieren capuchas.     

El reglamento adolece además de autoritarismo, pues actualmente se presupone que

los lectores no pueden equivocarse y desbarrar, pues según el inciso VIII, fracción c de artículo 11, “la obra, si es aceptada, es enviada a producción, si es rechazada se regresa al autor, y, si se solicitan modificaciones, se piden las mismas al autor y se da un plazo de tres meses para presentar la obra corregida”.

No se contempla la posibilidad de que el autor rechace las recomendaciones de los lectores de una manera razonada, aunque en la fracción siguiente se agrega que “En el caso de surgir algún caso (sic) que suscite dudas, es el Consejo Editorial en pleno el que se reúne para discutir los casos particulares y llegar a una decisión pertinente”.        

Todos podemos cometer errores, y creo que lo mejor sería darle al autor la posibilidad de contestar el dictamen y recurrir al pleno del consejo sólo en caso de que el lector no acepte las aclaraciones del autor y se monte en su macho.

Los escritores e intelectuales mexicanos tienden a formar grupos –mafias, en realidad

que se apoderan y controlan los fondos que las instituciones y dependencias destinan a la

publicación de libros.

Hay que evitar que algunas personas se perpetúen en el consejo y procurar que éste se renueve, pero esto es difícil, debido a que el art. 14 establece que los integrantes del Consejo Editorial serán nombrados por el Rector, “a propuesta del Consejo Editorial”.

Si alguien no es del agrado de quienes manejan la editorial, no van a proponerlo, eso es claro, por más méritos que tenga.

El reglamento actual permite así marginar a los investigadores y profesores que no sean afines a quienes ya manejan la editorial.

Hay que reformar el reglamento para que los órganos colegiados de las diferentes facultades e institutos de investigación sean los que propongan a los integrantes del consejo.

El reglamento actual está incluso mal redactado, como se puede apreciar por las citas que he hecho aquí y también por eso urge revisarlo.

La frase “En el caso de surgir algún caso…” revela descuido y en el reglamento de una editorial ya es el colmo.

 Publicada en La Jornada Semana el 22 de noviembre de 2019

martes, 18 de febrero de 2020

Un libro como obsequio: Tren musical de palabras

Imagínense que cada año los jubilados recibieran con su aguinaldo un libro de regalo o que la Universidad Veracruzana le diera a escoger a sus trabajadores entre un libro y un CD como los que en alguna ocasión se grabaron con el Tlen Huicani o algunas obras de Mario Ruiz Armengol interpretadas por los alumnos de Alejandro Corona.
Desafortunadamente, el IPE se limita a pagar pensiones y hacer algunos préstamos a los trabajadores pensionados, y a su directora, Daniela Griego, lo que le preocupa es que algunos ayuntamiento morosos paguen sus deudas; no le interesa fomentar la lectura, y tampoco a la rectora. Por eso me parece digno de aplauso que el ayuntamiento encabezado por el Dr. Hipólito Rodríguez haya publicado una antología de poemas, con un tiraje de 30 mil ejemplares, para regalárselo a los niños que cursan la primaria en las escuelas del municipio.
El proyecto me parece excelente, y no quisiera regatearle reconocimiento al ayuntamiento, pero lo arruinaron por el papel –muy blanco y deprimente. “Parecen fotocopias”, me dijo una joven. Las ilustraciones, además, se le hubieran podido encargar a algunos estudiantes de Artes plásticas, pues la del lobo por ejemplo me parece que la he visto en otra parte. En fin, yo creo que los niños merecen algo mejor, y pienso en  Primeras luces, que tenía un papel más cálido, con manchas amarillas en las que resaltaban las letras negras. Ese libro incluía poemas de Amado Nervo – el de Aquel caracol y Al claro de luna, el de los lagartos llorones de García Lorca y uno de Juana de Ibarborou — Cantar del agua del río, cantar continuo y sonoro.
Me dice una estudiante de Letras que le gustó la recopilación, pues son “poemas breves pero con mucha chispa” y que sus favoritos fueron “El barquito de papel” de Amado Nervo, “Cómo llamar a un gato” de T.S. Eliot y “Espiral” de Octavio Paz.  También “el de Gabriela Mistral” sobre Caperucita roja, que celebro que Homero haya incluido, porque prescinde del cazador y el final feliz. Es mejor, creo yo,  que los niños sepan que “los malos” a veces se salen con la suya.
En fin, hay que felicitar al ayuntamiento y a José Homero por la idea de publicar una antología de poemas para regalársela a los niños, y ojala dentro de un año publiquen otro libro con cuentos breves y hagan una edición más atractiva.
El Ivec y la SEV, la UV y el IPE podrían hacer algo parecido.