sábado, 24 de abril de 2021

Con motivo del día del libro

 

En tercero de secundaria conocí a Pablo y un día que fui a su casa  vi un mueble de madera lleno de libros y le pedí que me los prestara. Así, leí primero Lluvia y otros cuentos y luego El filo de la navaja de Somerset Maughan y Crimen y castigo de Dostoevsky; también me prestó Los cazadores de microbios, de Paul de Kruif, del que me gustó sobre todo la biografía de Koch, que era un médico rural aburrido, a quien su esposa le regaló un microscopio con el que se puso a examinar tejidos de unas ovejas y encontró así los microbios que habían ocasionado su muerte Tuvo que convencer a la academia de ciencias de que los responsables de las enfermedades eran unos bichitos imperceptibles a simple vista y de los que nadie había oído hablar, lo que no fue fácil. Él siempre había querido viajar, y lo hizo ya como un reconocido patólogo, pues fue a la India y otros países donde había enfermedades desconocidas en Europa. En fin, un relato apasionante, sobre todo para un muchacho, y el libro tenía otros parecidos sobre Pasteur y Elías Metchnikoff.

La novela de Somerset Maugham trata de una especie de precursor de los hippies y los dropouts, que se aparta de la sociedad consumista que se estaba formando en su país, donde prevalecía el afán de lucro y una idea de la felicidad basada en la adquisición y posesión de automóviles, refrigeradores y lavadoras, y busca en la India y el budismo las respuestas a sus dudas existenciales; participa en la guerra, pero como enfermero con la Cruz Roja.

No es raro que Maugham escribiera también sobre Paul Gauguin en La luna y seis peniques. Sus personajes cambian de valores en algún momento. Sus novelas, ahora olvidadas, reaparecen en la pantalla, como El velo pintado, con Naomi Watts y Edward Norton.

Siempre le he agradecido a Pablo que me prestara esos libros que me ayudaron mucho en esos tiempos difíciles.

Por eso me parece una idea excelente que la Universidad Veracruzana, durante el periodo de Arias Lovillo regalara libros a los estudiantes de nuevo ingreso. Desafortunadamente, su sucesora dejó de hacerlo.

Había que superarlo más bien y hacer convenios con la Secretaría de Educación o el Colegio de Bachilleres del Estado de Veracruz, el IVEC y hasta la Editora del Gobierno, entre otros organismos, para aumentar el tiraje y poderle regalar libros a los estudiantes de los bachilleratos, para empezar. Incluso habría que involucrar al Instituto de Pensiones del Estado, que podría regalarles libros a los jubilados.

Ojalá el próximo rector vuelva a promover la lectura.


Juan José Barrientos